miércoles, 26 de febrero de 2014

Antonio de Castro y Peraza, el último boticario

         A los problemas surgidos de un territorio recién conquistado, se  añadía la rigurosidad administrativa del un protomedicator, referente en toda Europa, que perseguía especialmente el intrusismo profesional. Por este motivo gran parte de la historia sanitaria la podemos reconstruir gracias a las continuas denuncias por impagos y a las peticiones de unos profesiones requiriendo de colegas que le aliviaran su ejercicio profesional. Estas deficiencias se hacía especialmente patentes en la botica. Voluete, uno de los primeros boticarios del que se tiene constancia y  cuyo apellido denota su origen extranjero, nos explica  1as dificultades que se tenía para formar a su hijo en su misma profesión. Se requería cuatro años mínimos de práctica con un maestro boticario, lo que exigía el traslado a la península más otros 5 o 6 para poder ser a su vez maestro y un exámen teórico práctico frente a otros maestros boticarios y el temido tribunal protomedicator de designación real. Estas prácticas fueron continuas hasta el año 1845 en que se aprueba  el PlanGeneral de Estudios de 17 de febrero y se crean de dos primeras facultades de farmacia en Madrid y Barcelona, junto con otras tres carreras universitarias, las de Teología, Jurisprudencia y Medicina. Hasta ese año el profesional de la farmacia recibía el nombre de boticario, palabra que deriva, a igual que bodega, del griego Apoteca que con el significado de almacén  las lenguas romances hicieron perder la letra “A” inicial y las lenguas bizantinas hicieron transformar la letra “E” en “I”, manteniéndose en la actualidad en palabras como botiquín. Las facultades de farmacia tuvieron como antecesores al Real Jardín Botánico de Madrid en 1780 y los Colegios Farmacéuticos con funciones docentes.
A pesar de que el título V sobre los Oficiales del Concejo de las viejas ordenanzas de esta isla (1) ya se especificaba la presencia de médico, cirujano y boticario, la realidad es que las deficiencias en materia sanitaria fueron una constante a lo largo de toda la historia de Canarias
            Fue en 1814 cuando se designó a Domingo Saviñón como el primer facultativo de las Juntas Municipales de Sanidad, se cumple por tanto el bicentenario del nombramiento de este regidor del ayuntamiento como máximo responsable de la sanidad municipal. Era una época tan convulsa que ese mismo año fue procesado y muerto en la cárcel su hermano Antonio Saviñón, junto a otros, en el primer proceso político que hemos sufrido y que ha dado orígen a las dos españas. Era entonces Antonio Saviñon Diputado a Cortes en Madrid, y se vió obligado a asistir a Bayona, lo que fue utilizado luego por Fernando VII para acusarlo de afrancesado cuando en realidad era un republicano. No escatimó recursos y para ello  llegó a utilizar como inductor de la denuncia al médico y  cirujano real Dr.Balmis colaborador de Domingo Saviñón unos años antes en la primera campaña mundial de vacunación contra la viruela, así como a la propia Iglesia cuyo clérigo llegó unos años después, en el  trienio liberal, a ser masacrado a martillazos, tal y como nos describe Benito Pérez Galdós en su episodio nacional del Grande de Oriente.
Sólo nos consta la existencia en ese momento de dos boticarios en La Laguna, Ventura Ruiz de Bustamante que falleció al poco tiempo y a Antonio de Castro y Peraza que por su longevidad se llegó a convertir en el último boticario compartiendo la práctica profesional con el primer licenciado en farmacia Valeriano Santos.  Antes que con él también lo compartió con el padre de éste, Leodegario Santos y con Manuel Buitrago. Fue Antonio de Castro un boticario de la vieja escuela que comenzó su ejercicio profesional en el Antiguo Régimen y lo concluyó en el régimen constitucional de Isabel II. Tenía su botica en la C/.San Agustín, cruce con la calle Juan de Vera, muy cerca del Hospital de Los Dolores. Hijo del boticario Cristóbal Martín de Castro que ejercía en la Calle la Carrera, de la pila seca hacia abajo. Cristóbal de Castro procedía de  Güimar, de familia de milicianos, que con apellidos como Martín de Castro y Alonso se remontan sus ancestros a tiempos de la conquista. De igual forma fue el padre del registrador Sebastián de Castro y Cámara y por tanto ascendiente de toda la generación de sanitarios apellidados Alvarez Castro descendientes de D.Chano, Sebastián Alvarez Escobar, llegando prácticamente a nuestros días. Es por tanto  el Castro un apellido de boticarios que ejerciendo entre La Laguna y Santa Cruz se ha paseado por toda la historia de Canarias.
A los problemas políticos que trajo este inicio del siglo XIX con la invasión napoleónica y la guerra de la independencia, se le añadió la complicación de los cordones sanitarios que se tuvieron que imponer por la epidemia de fiebre amarilla que se había desatado en Santa Cruz y las repercusiones económicas en una comunidad tan dependiente del comercio como la nuestra. Es fácil imaginar, de igual forma, la repercusión política que podía ocasionar la imposibilidad del movimiento poblacional entre la Orotava, Santa Cruz y La Laguna en unos momentos en los que se ponía en entredicho la autoridad del Cabildo lagunero y la escasez de medios sanitarios. Prácticas políticamente incorrectas como muchas veces lo son también a día de hoy las decisiones que se toman en materia de salud pública.
Por entonces existían dos teorías sobre el orígen de las epidemias, unos consideraban que eran debidas al contagio por lo que propugnaban el aislamiento y otros consideraban que eran derivadas de las partículas miasmáticas producidas en la putrefacción por lo que recomendaban las fumigaciones. Generaciones de médicos ilustrados anteriores a Domingo Saviñón, como fueron su tíó materno Carlos Yanes, el irlandés Domingo Mádam, el cordobés Manuel Ossuna o el palmero Antronio Miguel de los Santos eran ya conscientes del error que suponía responsabilizar a la pobreza de las epidemias y propugnaban las fumigaciones en contra del aislamiento. Eran los boticarios los responsables de proceder a estas fumigaciones con ácido muriático en las casas de observación o lazaretos. La práctica del ácido muriático era una práctica ancestral que pone en evidencia la validez de la cloración del agua potable que se mantiene aún en nuestros días y que ejemplifica la labor en salud pública que desde tiempos inmemoriales  han llevado a cabo los farmacéuticos. El ácido muriático o espíritu de sal es ácido clorhídrico. El interés de la metalurgia por las sales de hierro y cobre y el de los alquimista por la trasmutación de los metales hacía muy conocidas desde la antigüedad sales como los sulfatos de cobre y hierro. De aspecto vitreo y de colores azulados y verdosos se le denominaron por esto motivo vitriolos. De su tratamiento se obtiene tanto el ácido sulfúrico como el nítrico dando lugar al agua regia capaz de disolver muchos metales. El denso ácido sulfúrico, al que se le identificaba por ello como aceite de vitriolo combinado con la sal (cloruro sódico) producía un gas corrosivo, el ácido clorhídrico. La revolución industrial trajo la necesidad de utilizar productos que empezaron a escasear como los álcalis (carbonatos de sodio y potasio) que dió origen a una de las primeras exportaciones canarias, la de la planta costera de la barrilla y que la propia industria se encargó de arruinar al terminar fabricándola ella misma con el método de Leblanc.
Otra de estas sustancias utilizadas en la industria del vidrio fue el dióxido de manganeso que combinado con el clorhídrico produce cloro , considerado a día de hoy como el desinfectante de elección, la lejía. Este jabón  del vidrieros, citado entonces como negro de manganosa era ya utilizado por Antonio de Castro según instrucciones de Domingo Saviñón al que llamaban muriático oxigenado como una clara mejora al muriático tradicional.


1.- Peraza de Ayala, J y Rodrigo-Vallabriga, 1935. Las antiguas ordenanzas de la isla de Tenerife: notas y documentos para la historia de los municipios.



Imagen delas  instrucciones de uso del ácido muriático cedida por el Archivo de la Real Sociedad Económica Anmigos del País de Tenerife (RSEAPT). Imagen de la firma de Antonio de Castro y Peraza cedida por el Archivo  Municipal del Ayuntamiento de La Laguna (AMLL).

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