miércoles, 28 de noviembre de 2012

LOS ALIMENTOS FORTIFICADOS

Llegados a los 50 años, muchos somos los que nos aferramos a la juventud resistiéndonos a reconocer que estamos en los primeros estadios de una vejez cercana y nos fijamos en nuestros ídolos de siempre, sin percatarnos que si los Rolling Stones han aguantado es porque en verdad les “gusta el Rock and Roll”. Entonces nos preguntamos si debemos ayudar a nuestro cuerpo aceptando de buen grado las benevolencias cardiovasculares de la viagra y surge la pregunta del millón ¿suplementos, sí o no?, surgiendo la respuesta de siempre, pues, “depende” y la controversia consecuente

¿Se debe enriquecer los alimentos con micronutrientes?

Tanto la fortificación de los alimentos como la suplementación vitamínica para conseguir una nutrición óptima sigue siendo un tema de debate fundamentalmente por el desconocimiento y la incertidumbre que esto ocasiona.

La inflamación asociada al envejecimiento ha demostrado ser un factor importante en el desarrollo de las enfermedades relacionadas con la edad tales como aterosclerosis (engrosamiento de las paredes arteriales y un factor de riesgo para la enfermedad cardíaca), la diabetes tipo 2 y la neurodegeneración que conduce a la disminución cognitiva. Intentar optimizar la dieta para reducir esta inflamación sería, pues, una forma inteligente de actuar en pro de nuestra salud, si no fuera porque cada organismo es diferente y actuar de forma colectiva para toda la población no deja de entrañar riesgos.

Cuando se fortifican alimentos se va persiguiendo dos objetivos evitar situaciones carenciales como se ha demostrado el éxito de la adición de vitamina A y D a las margarinas para erradicar el raquitismo o la adición del yodo a la sal para evitar el bocio, o bien, para reducir factores de riesgo de enfermedad y promover la salud, como es el caso de la suplementación de la dieta de los mayores con vitamina B12 para contrarestar su deterioro cognitivo, aspecto este último bastante más controvertido, toda vez que la manifestación de los efectos adversos de los micronutrientes depende de la variabilidad interindividual, la biodisponibilidad, la forma química y la interacción con otros micronutirientes, aspectos que todavía no están claramente identificados.

El aspecto de más actualidad en este sentido es el del ácido fólico o vitamina B9 (imagen: visualización al microscopio), que siendo fundamental para la embarazada en el desarrollo neuronal del niño (específicamente del túbulo neuronal para evitar la espína bífida), no dejan de tener un margen de seguridad bajo y su exceso parece inducir al deterioro cognitivo para mayores de 65 años al coincidir con bajos niveles de vitamina B12, así como inducir también al cáncer, a pesar de que, curiosamente, bajos niveles de ácido fólico parecen predisponer al cáncer de colon. Todo esto explica las diferencias entre las políticas de los distintos países observando como en EEUU se ha hecho obligatoria la fortificación de las harinas con ácido fólico, mientras en Europa sigue siendo una actividad voluntaria. Queda atrás, por tanto, aquella simplicación que nos decía que las vitaminas hidrosolubles carecían de toxicidad por eliminarse su exceso a través de la orina.

Es evidente, por tanto, que se requiere más investigación. En este sentido el proyecto NU-AGE, financiado por la Comisión Europea pretende rellenar este vacío de conocimientos actual, sobre cómo la dieta puede influir en el desarrollo de las enfermedades relacionadas con la edad y en el declive funcional y cómo podemos contrarestarlo.



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